Publicado en Campo Grupal, número especial en Homenaje a Eduardo Tato Pavlovsky, noviembre 2015
Empieza el grupo de psicodrama. Todos los jueves. Los muchachos de la comunidad terapéutica me están esperando. Esperan el espacio de psicodrama como una oportunidad para poder salir de esta versión que los tiene atrapados. Saben, lo han experimentado, que lo hecho hecho está, pero que pueden crear, descubrir versiones de ellos mismos. Puede hacer un desvío en su historia.
Y ahí viene Tato, en el instituto en la calle Soler. Estoy cursando el nivel 1 de Psicodrama. Una o dos veces por año nos juntábamos los tres niveles para tener una clase con Tato. En una de esas oportunidades explicó que en el psicodrama podemos hacer un desvío en nuestra historia. Nos pedía que hiciéramos una escultura con los compañeros que expresara un fragmento de nuestra historia, un fragmento que es como un bloque de intensidades. Hecha la escultura pidió soliloquios a los integrantes y al protagonista. Pidió doblajes al público y le pidió al protagonista que saliera para que un yo- auxiliar ocupará su lugar y viera su escultura desde fuera (Técnica del espejo). Que viera e hiciera esa modificación que sentía, que se dejara atravesar por la línea de fuga que en ese momento estaba deviniendo. Luego de las modificaciones y de la exploración de este desvío. Se abrían a las multiplicaciones de los que estábamos ahí. Cada uno multiplicando desvíos de desvíos. El desvío no era el desvío solo del protagonista de la escena, la escena ya era del grupo, el desvío era del grupo, la escena era el desvío.
Este concepto del desvío y sus multiplicidades de la dimensión grupal y agenciada de la escena fue una de las enseñanzas que hicieron raíz en mi hacer docente y profesional. Como una forma de mirar los grupos y el psicodrama. Como un modo de coordinar y una terapéutica.
En una de las clases con los alumnos en el EIPASO, nos decía que él no sabía, que no interpretaba, que como coordinador de grupo daba lugar a las intensidades, se dejaba atravesar por ellas y como coordinador deleuziano funcionaba como un eslabón corte/flujo de la máquina. Decidía desde sus atravesamientos, desde sus afectaciones. No hay que saber, hay que dejar pasar, no capturar las fuerzas.
Recorte y despliegue. Lo micro de la emoción, del gesto y de la escena. Esto configuraba en él una poética de la coordinación. En una oportunidad nos pidió una escena con dos personajes. Quería explorar el gesto mínimo. Y nos pone un ejemplo de su propia vida: Cuenta que cuando a su papá lo llevan detenido por cuestiones políticas él lo llama y el padre se da vuelta y lo mira. La mirada era la escena.
En otra oportunidad propone un juego dramático. Que nos pongamos de a dos y que imaginemos que nuestro compañero es un amigo, familiar, conocido que quiero mucho pero que por alguna razón en este momento odio.
Buscaba siempre ese detalle de la escena que estaba cargado de intensidades y que a veces era tapado por lo macropolitico de nuestras miradas. Buscaba la fisura, la rajadura, el entre los ladrillos por dónde asoma el rizoma.
La vida me ha ido cruzando con Tato. El psicodrama me ha ido cruzando con la vida.
Estoy muy agradecido a mis compañeros y docentes del Centro de Psicodrama Psicoanalitico grupal de la calle Soler, a esa primera charla introductoria de Tato a la que asistí.
A Silvia Schverdfinger por convocarme a participar del EIPASO del que formo parte hacer más de diez años y con quien siento una máquina de afectos y sabiduría que me ha acercado conceptual y vivencialmente a Tato y con quien lo seguimos y seguiremos multiplicando y honrando.
La escena ocurre en un velorio. Una de las residentes de la comunidad terapéutica dice que esta muy triste porque extraña a su abuela y que quisiera ir con ella (morirse) porque no puede más, no le encuentra sentido a su vida. Montamos la escena del velorio, de su abuela y del suyo propio. Todos pasan por ambos lugares con sus doblajes. La protagonista también. Todos resuenan, con sus muertes, sus ganas de morir, sus despedidas, sus frustraciones, sus desamparos. Son chicos y chicas adolescentes luchando por su vida todos los días.
Yo también estoy perdido. Como Tato no tengo respuestas, solo puedo abrirme a mis propias intensidades y dejar pasar, dejar que ocurra el deseo.
Y ahí viene Tato. Otro de los encuentros de los alumnos y docentes del EIPASO con Tato. Teatro IFT en la sala de abajo. Una alumna propone su escena. Tato la dirige. Era una escena de celos de ella hacia su novio por una mirada que tuvo hacia otra chica. El público numeroso observaba esa escena y si bien resonaban preferían “opinar, interpretar, sugerir, aconsejar”. Tato luego de escuchar un rato las sugerencias del público hacia la protagonista dice:
-No seria cuestión de interpretar sino de resonar. No es decirle al otro lo que tiene que hacer. Sino que cada uno resuene, se conecte con que lo conmueve, en que lo toca, viendo tu escena siento que o me pasa esto o recuerdo que-
y concluyó
“SI LOS DESESPERADOS SOMOS MUCHOS ES MÁS FACIL”.
Esta frase me acompaña permanentemente y la transmito en los cursos de psicodrama como concepto y práctica. Resonar nuestra desesperación con la desesperación del otro.
Tato entonces me desespera en la coordinación de esta escena de muerte y me encuentro coordinando un grupo de chicos y chicas abrazados, unidos y enfrentando a un montón de almohadones que son expresiones de la muerte. Me dejé atravesar, me dejé no saber, me desesperé y aquí estoy gritando con Tato y los pibes y pibas de la comunidad “SI LOS DESESPERADOS SOMOS MUCHOS ES MÁS FÁCIL”.
Fernando Castelli
Coordinador General del EIPASO